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9 de abril de 2013

Érase una vez el pilates.

El lamentable estado de mi espalda me ha obligado a tomar medidas y apuntarme a pilates. Tras una exhaustiva búsqueda, finalmente me decanté por un gimnasio que me pilla bastante bien de casa y que tiene un precio asequible, a pesar de haberme enamorado de un gimnasio carísimo e ideal de la muerte que no me puedo permitir.

Total, que la semana pasada allí me planté, con un chándal viejo, una camiseta inadecuada (nota mental: visitar decathlon asap) y una pereza suprema.

El gimnasio es cutre, las cosas como son. Pero lo que no imaginaba es que me iba a encontrar los dos reformers (para los no familiarizados con la jerga, es como una especie de máquina de torturas que se utiliza en Pilates para ayudarte a abrir brazos y piernas hasta alcanzar posturas imposibles) en medio de la sala de musculación. Sí, resultaba motivante abrir las piernas y quedarme colgando de unas gomas como un pimiento secándose rodeada de anabolizantes con cejas observando atentamente mi evolución.

Pero eso era lo de menos. De repente un destello dorado me impedía ver nada más. Las mallas doradas de mi profesora, a juego con su pelo rubio "natural" me provocaron ganas de salir corriendo de allí. Es como cuando vas a la peluquería y de repente te toca la peluquera que lleva la mitad del cráneo rapado y el pelo teñido de verde.

A pesar de todo ello, vencí mis prejuicios y he de decir que la primera clase me gustó mucho así que decidí empezar con mi plan de pilates, consistente en 2 horas a la semana de Pilates en suelo con otra legión de chicas, más una hora a la semana de Pilates en reformer con otra chica solamente y la profesora.

Hasta hoy todo iba bien, excepto el shock de ver a mujeres que me sacan 40 años hacer sin pestañear posturas imposibles para mí y excepto un cuerpo a cuerpo que mantuve contra la fit ball (una pelota enorme que se usa en Pilates), por culpa de la cual casi me caigo en varias ocasiones. Aguanté estoicamente, no así la de delante, que se resbaló en la fit ball y cuya caída provocó un efecto dominó al ir empujando las fit balls de otras chicas. Aún me parto de la risa cada vez que lo recuerdo ... aquello parecía lluvia de albóndigas.

Sin embargo, hoy he salido con un mosqueo del copón. Llego a mi sesión de reformer con otra señora y la profe y, bueno, la mitad de la clase ha consistido en la buena mujer dándole temas de cháchara a la profesora y yo ahí esperando a que quisieran continuar con los ejercicios. Que si "a mí me han quitado unos pólipos", que si "pues a mí me han hecho una colonoscopia" ... Y yo pensando "pero vamos a ver, señora, ¿¿usted ha venido a hacer retroversiones pélvicas (dios, qué léxico manejo ya) o a hablar de sus achaques con la profesora??". Y la profesora más de lo mismo, ¡¡pon un poco de orden for god's sake!!.

Total, que he salido de todo menos relajada, a ver si arreglo el día aquí en casa viendo alguna película que me levante el ánimo ... M-A-T-A-R!!!.


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