Pages

28 de junio de 2013

Somos más grandes de lo que pensamos.

Hoy me levanté y tenía decidido que iba a escribir una entrada de coña dedicándosela al protagonista de Superman. Pero luego el día ha ido cambiando porque me he ido encontrando con situaciones inesperadas que me han hecho recordar el día que murió mi padre.

Lo primero ha sido leer una experiencia tan similar en el blog de Moli que me trasladó inmediatamente a aquel 2 de diciembre del año 2004. Lo segundo ha sido ver varias noticias en las que se ataca a Raquel Sánchez Silva porque ha estado de vacaciones con unos amigos y parece ser que la vida no sólo le ha arrebatado a su marido sino también el derecho a sonreír.

Bueno, el caso es que todo el día he estado recordando lo que sentí yo por aquel entonces (sí, no ha sido uno de mis mejores días pero tampoco de los peores) y he pensado que quizás es hora de contar cómo lo viví y analizar cómo funcionamos ante el duelo. O cómo funcioné yo.

Evidentemente no va a ser una entrada alegre así que no recomiendo que la leáis si tenéis un buen día. ¡Y si lo tenéis malo aún menos! O simplemente leedla y perdonadme porque no es mi intención deprimiros. Me estoy poniendo demasiado personal últimamente pero me viene tan bien escribirlo ... Aún así prometo (y me lo prometo a mí misma) que no pienso volver a escribir nada triste en los próximos meses. Ahí queda eso...

Rosa, tú no la leas por favor.

Tengo mala memoria y sin embargo recuerdo cada minuto de aquel día y cada palabra que le dije el día anterior.

"Papá me voy a dormir, mañana después de clase no vengo a casa porque he quedado con Laura en ir a la vaguada a comprarme la peli de Harry Potter".
"Vale, oye, ¿me instalaste ya eso?".
"No, no he tenido tiempo".
"Te dije que lo necesitaba ya, ¿cuándo me lo vas a instalar?".
"¡Joder papá no me agobies, no he tenido tiempo!¿¿Lo necesitas justo ahora?? ¿¿Tiene que ser YA??".
"Anda que ... cómo te pones ... vale pues déjalo".
"Vale" - y me fui con un portazo a la cama.

Al día siguiente a las 16 de la tarde estaba en el laboratorio de la uam, en una de las mesas que hacían esquina y daban a la ventana, programando prácticas de Análisis de Algoritmos (sí, tengo mala memoria). Estaba quejándome porque mi compañera de prácticas me había dejado tirada y me las estaba comiendo yo solita.

Cuando terminé, mi amiga Laura y yo nos montamos en el coche en dirección a la vaguada cuando recordé que no había cogido dinero para comprar el DVD que quería.

"Tía, paso un momento por mi casa, cojo dinero y nos vamos a la vaguada".

Lo que viene a continuación jamás he podido explicarlo o entenderlo. Pero juro que pasó tal cual.

Cuando giré con el coche en mi calle, vi un coche de policía aparcado. No era la primera vez y, sin embargo, el corazón me dio un vuelco y comencé a sentirme como débil. Paré enfrente de mi casa, salí del coche, y noté como que perdía fuerza en las piernas. La típica sensación de debilidad que tienes cuando empiezas con una gripe. Y, delante de mi amiga (siempre me lo recordó después alucinada) dije:

"Ha pasado algo en mi casa".
"¿Qué dices? No te he entendido".
"Que ha pasado algo en mi casa".

Saqué el móvil y vi demasiadas llamadas perdidas,  no recuerdo cuántas, pero había muchísimas. De mi hermana, y de mi casa.

Sin devolver esas llamadas llegué a mi portal. Las dos puertas estaban abiertas con las alfombrillas apoyadas para que no se cerraran. Como cuando hay una obra y hay que salir y entrar muchas veces. Me empecé a encontrar peor. Cogí el ascensor y durante todo el trayecto desde el bajo hasta mi segundo piso sólo pensaba "que no haya pasado nada". Pero entonces abrí la puerta del ascensor y vi la puerta de mi casa abierta de par en par y muchísima  gente dentro, policías, samur, ya ni sé quiénes eran. Entré. Mi madre me vio, y no se esperaba que llegara a casa así que sólo atinó a decir "Ay no, mi hija no ... ". Y entonces pues le vi. Es una imagen que se te queda grabada en la retina y soy capaz de revivirla en cualquier momento con una claridad cristalina, para mi desgracia. Tampoco merece la pena que cuente más. En ese momento sí me puse a gritar como una loca "por favor no", "por dios no". Es lo único que recuerdo.

Cuando conseguí calmarme ... me convertí en roca. Bajé abajo y le dije a mi amiga: "Laura, mi padre se ha muerto. Por favor, avisa a los demás tú. No puedo llevarte a casa, lo siento".

Fui al garaje, aparqué el coche dentro. Salí, caminé dos pasos, y caí de rodillas en el suelo del garaje. Me quedé así muchísimo rato y, al igual que la experiencia que he leído hoy, no era capaz de sentir nada. Sólo vacío. No lo asimilaba. Mi cerebro no procesaba que mi padre ayer estaba y hoy no. Te quedas como si fueras corcho, sí. No reaccionas.

Al rato estaba, fría como un témpano, mirando un catálogo de ataúdes y escogiéndolo yo misma. Como digo, fui una completa roca ese día. Luego a partir del día siguiente es cuando empecé a venirme abajo precipitadamente.

Podría seguir describiendo minuto a minuto aquella tarde, los días posteriores, la visita al anatómico forense. Fue un maldito infierno. Sólo deseaba que terminara todo. Todos los trámites. El velatorio. El entierro. El funeral. Recuerdo que lo único que ansiaba era que se terminara todo eso para poder estar en casa, sufriendo en paz.

Sólo destacaré unos momentos más, que he recordado a partir de lo de Raquel Sánchez.

El primer recuerdo fue en el tanatorio, yo en el centro de una mesa, rodeada de más de 30 amigos. Consiguieron que, a ratos, olvidara dónde estaba y que incluso, entre derrumbe y derrumbe, esbozara una sonrisa. Nunca les agradeceré lo suficiente que vinieran todos aquel día. Con muchos ya no tengo contacto pero siempre les estaré agradecida por aquello. Nunca lo olvidaré y ojalá pudiera transmitírselo de alguna forma, aunque ya no viene a cuento: "Escuchad, los que me acompañasteis cuando murió mi padre, gracias"... Como que no. Pero me gustaría.

Otro momento tuvo lugar dos semanas después. Recuerdo que organizaron una quedada y me llevaron todos a unos billares en Diversia. Y vinieron muchísimos amigos. Y consiguieron que lo pasara bien, y que desconectara. Desde entonces, los momentos que me salvaban la vida eran los momentos con mis amigos porque olvidaba. Tenía miedo, no miedo no, pánico a volver a casa porque era entrar y hundirme, quedarme llorando hasta las mil de la madrugada.

Con mis amigos, sobrevivía.

Por eso me indigno tanto con todos los que critican a Raquel Sánchez Silva porque gracias a sus amigos haya conseguido sonreír estos días. Sólo alguien que ha pasado por una muerte repentina sabe cómo reacciona el ser humano, sabe que hay momentos en los que piensas que jamás vas a volver a ser feliz, pero aún así resistimos, aguantamos. Y de repente algo te hace gracia, te descubres sonriendo y piensas "¿cómo es posible cuando estoy rota por dentro?". Pero es que el instinto de supervivencia del ser humano no tiene límites y, si sales adelante, lo haces siendo mucho más fuerte.

Aquello me ha convertido en quien soy. Jamás he perdido ese nuevo prisma con el que considero los problemas ahora. Puedo tener un día de mal humor o un día en el que me preocupo puntualmente por una bobada, pero rápidamente suelo reconducirlo y darme cuenta de que no importa. Estoy viva. Y mi madre. Y mi hermana. Y mis mejores amigos. Para mí, desde entonces, nada es tan importante, hay que aprovechar la vida hoy porque con mañana es mejor no contar y no hay nada que me dé más miedo que perder a la gente que quiero. Me asusta más que mi propia muerte.

La vida es un regalo maravilloso y, a pesar de perder a la gente que se quiere, aún así nos debemos a nosotros mismos (y también a ellos), continuar luchando y seguir aprovechando hasta el último minuto que se nos ha concedido.

"En situaciones límite descubres 
que todos somos más grandes de lo que pensábamos". 
Raquel Sánchez Silva. 
Ánimo valiente.

2 comentarios:

  1. Perder a uno de tus progenitores cuando todavía no es el momento es una de las mayores tragedias del ser humano. Los que no lo han pasado no tienen ni idea. No suelo ser tan radical pero en esto no parto peras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me emocionó mucho tu entrada y me ayudó mucho escribir la mía. No sé si ayudar es la palabra pero nunca había puesto por escrito lo que sentí ese día, y lo tenía ahí muy dentro. Estoy de acuerdo, nadie que no lo haya sufrido puede entenderlo, y tu vida y forma de pensar no vuelve a ser la misma.

      Eliminar